martes, 14 de agosto de 2012

Relato: Lola y su viaje en el tiempo.

Hace un tiempo Eva, del blog Los libros de Eva, organizó un certamen de relatos. Yo me animé a participar en cuanto vi su propuesta, pues es algo que siempre me ha gustado y la iniciativa me llamó mucho la atención.
Hoy se ha sabido el resultado del certamen. He quedado en segunda posición, a solo un puntito del ganador.  Por los pelos ;)
En su día varias personas me preguntaron si publicaría el relato una vez finalizado el concurso y prometí hacerlo. Por lo tanto aquí lo tenéis, para quien le interese. 



Lola y su viaje en el tiempo.

Todo ocurrió el día antes de mi trigésimo cumpleaños. Estaba aterrada ante la expectativa de rebasar esa barrera en la que, hay que admitirlo, llegamos a una zona en la que ya dejamos de ser tan jóvenes. Por la calle los niños, algunos, los más educados, nos llaman SEÑORA, si SEÑORA en mayúsculas porque aunque el niño susurre esa palabra para nosotras es como si nos la estuviera gritando en el oído. Lo primero que te dicen tus familiares es: ¿Para cuándo la boda? ¿Todavía no tienes ningún niño? Que se te va a pasar el arroz. ¿Qué pasó con aquello de muchacha, chica, niña,…? No, olvídalo. En los treinta está la última barrera entre alocada muchacha en busca de problemas y mujer sensata con cuenta corriente.
Dicha noche, antes de acostarme, y terminar mi último día como veinteañera alocada en busca de problemas estuve pensando sobre mi vida. Replanteándome ciertas decisiones que había tomado, por algunas me felicitaba, pero otras, la mayoría, hacían que quisiera taparme la cabeza con la manta.
Y así me dormí, haciendo un viaje mental por mi vida. Equilibrando los pros y los contras. Fustigándome por las cosas que debí hacer y por las que no. Y suplicando, a cualquier ser superior y todopoderoso que existiera, la posibilidad de plantarme en los veintinueve.
Cuando la luz del sol matutino inundó la habitación me sentía la mujer más descansada del planeta. La noche de desasosiego no me había pasado factura y estaba llena de energía para comenzar el nuevo día. Tal sensación de bienestar, debo admitir, me resultó extraña, pues tan preocupada estaba por ese día que mentalmente me había preparado para llegar a la vejez de la noche a la mañana y recordar tal tontería me hizo avergonzarme de mi misma.
Desde la planta inferior me llegaban los ruidos propios del despertar de la casa: las noticias en la televisión, el ruido de los platos, el hablar pausado de mis padres,… y creía haber escuchado también el llanto de un bebé. Me resultó extraño, en ese momento, que mi hermano hubiera venido con su hija a unas horas tan tempranas.
- Lolita, cielo, levántate que vas a llegar tarde.-resonó la voz de mi madre por las escaleras.
- Voy.- dije.
- ¡Feliz cumpleaños!- dijeron a coro mis padres.
No contesté. En esos momentos me hallaba inmersa en descubrir que era lo que me resultaba tan extraño. Lolita, mi madre me había llamado Lolita, lo cual era de extrañar, pues yo había dejado de ser Lolita a los veintitrés años cuando mi madre descubrió una caja de preservativos en mi bolso. A partir de ese día fui Lola.
Pero no era solo eso lo que me resultaba extraño, todavía metida en la cama observe la habitación que me rodeaba, ese no era mi dormitorio, bueno, sí que lo era, pero no mi dormitorio actual. Había peluches donde anoche había libros, las cortinas no eran las mismas, y mi nórdico había sido cruelmente sustituido por un edredón floreado. En la mesilla no estaba mi mp3, en su lugar había un walkman, lo abrí, era una cinta grabada en la que solo ponía “Varios” con letra infantil, y unos corazones dibujados.
Por eso estaba aquí mi hermano. Estaba claro que para urdir esta broma a mis padres les había hecho falta su ayuda. De donde habrán sacado estas cosas. Juraría que habían acabado todas en la basura en uno de mis arranques de Feng-Shui.
Empecé a reírme por lo bajo, baje de la campa y entonces me paré en seco. Mis pies, esos no eran mis pies, era imposible que esos fueran mis pies. Retiré completamente las mantas y me miré las piernas, me toque desde los muslos hasta el dedo gordo del pie. Efectivamente eran mis pies, pero, ¿por qué estaban tan pequeños? Empecé a sentirme mal, el estómago se me contrajo y empecé a sudar. ¿Qué diablos estaba pasando?
Baje de la cama de un salto y fui a mirarme al tocador. Lo que vi allí debió de haberme puesto el pelo blanco por el susto. La persona que me miraba al otro lado del espejo, con el rostro contraído por el pánico, era yo, pero un yo diferente, un yo que hacía muchos años que había desaparecido, un yo infantil, era yo hace veinte años.
Lo intenté todo: pellizcarme, mojarme la cara con agua fría, intentar dormirme otra vez,… todo lo que se me ocurrió para despertar, de lo que estaba claro, era el sueño más real que jamás hubiera tenido.
Como nada de eso funcionó y decidiendo tomar control sobre aquel sueño, o lo que yo esperaba que fuera un sueño, mi mente racional de treinta años entró en funcionamiento al fin, por lo que decidí bajar y ver que se cocía por ahí abajo.
Mi madre, con mi hermana en brazos, estaba terminando de servir el desayuno. Me maravillé de lo joven que estaba, debía de tener treinta años, los que yo acababa de cumplir, aquel dato me hizo marearme así que entré y me senté junto a mi hermano. Mi hermano, una versión en gordito de mi hermano estaba devorando una montaña de tostadas con mantequilla, me quedé mirándolo embobada, en realidad, los miraba a todos embobada. Mi madre colocó delante de mí un plato con tortitas y cuando estaba a punto de rechazar el desayuno, pues la suma de calorías que había hecho mentalmente rebasaba lo inimaginable, recordé que era un sueño y empecé a verle el lado bueno y a intentar disfrutarlo mientras pudiera.
- ¿Cómo es que no te has vestido todavía?, dijo mi madre. Vas a llegar tarde al colegio.
Estaba claro que no podía ir al colegio. No sabía ni en qué curso estaba exactamente, no recordaba las aulas y no tenía ni idea de que iba a hacer allí.
- Me duele la cabeza muchísimo, mama.- le dije, había sido la primera excusa que se me había ocurrido, mi madre pillo la mentira al vuelo, estaba claro que con los años había perdido la costumbre y con ello la facultad de engañar a mi madre.
- ¿Te duele algo más? – preguntó con un tono de voz que dejaba bien claro que no me creía.
- Es mentira, mamá. – me acusó mi hermano. En ese momento recordé lo pelota que había sido de niño.
Mi madre no dijo nada, ni a él ni a mí. Siguió dándole el biberón a mi hermana y después me urgió a que subiera a vestirme lo antes posible pues, aunque llegara tarde, me obligaría a entrar.
Saque del armario unos vaqueros horrorosos y una sudadera blanca, me hice una coleta y me puse a registrar la mochila para comprobar en qué curso estaba, que clase tenía, quien era el profesor, en definitiva, ver si recordaba algo.
Los libros eran de quinto curso, bien, recordaba cual era el aula y el nombre de la profesora. Eso quería decir que tenía diez años. Qué barbaridad. Diez años. Empecé a hiperventilar y me pellizqué de nuevo. Despierta. Despierta. Despierta. Despierta. No. Nada. Pues al colegio.
Bajando la calle, con una mochila en la espalda, que deducía que debía de pesar más que yo, vi a lo lejos, a unas niñas. Me saludaron efusivamente y me gritaron que me diera prisa. En cuanto las reconocí me reí con ganas, éramos amigas desde los seis años, ahora no significaba mucho puesto que teníamos diez años, pero en la realidad, fuera de este sueño, llevábamos siendo amigas casi veinticinco años. Y cuando se llega a los treinta, esas amigas, no abundan precisamente.
Comencé a correr, feliz, calle abajo y caí en avalancha sobre ellas.
-¡Feliz cumpleaños!- dijeron al unisonó.
- Gracias.- dije efusivamente. Este sueño empezaba a mejorar. Además, recordaba que estuvimos todas juntas en clase hasta sexto curso, por lo tanto podría preguntarles a ellas lo que no recordara.
- ¿Por qué no llevas puesto el chándal?- dijo Fabiola con una sonrisita. Hoy toca gimnasia. Te van a reñir.
Mierda.
- Lo he olvidado. – dije poniendo cara compungida. -Tú tampoco te lo has puesto.- le dije divertida.
- Vamos, que llegamos tarde.- dijo Marta metiéndonos prisa y tirando de nosotras, no pude por menos que reírme, recordaba que Marta era una mandona, prácticamente nació teniendo cuarenta años, muy madura y responsable.
Gema salió tras ella, colgándose de su brazo y haciéndonos señas con el brazo de que las siguiéramos, siempre secundaba a Marta.
Fabiola y yo éramos las más parecidas. Despistadas, impuntuales, rebeldes, y muy, muy traviesas. Constantemente le gastábamos bromas a Gema, solo a ella, pues Marta tenía demasiado mal carácter y no solía responder bien a tales situaciones.
Comencé a avanzar dando saltitos. En ese momento me lo estaba pasando en grande. Oh, la felicidad infantil, ¿en qué momento exacto desapareció?
Llegamos a clase y entramos de las últimas. Andé un poco despistada a la hora de buscar mi asiento, tuve que esperar a que todos estuvieran sentados y ocupar el único sito que quedaba libre. Un par de compañeros, de los cuales no recordaba el nombre, miraron extrañados mi comportamiento, pero si dijeron algo, yo no lo oí.
La clase empezó sin problemas, dije presente cuando me nombraron, y encontré los deberes hechos en la mochila, hay que decir que yo era una niña muy aplicada. Primero empezamos con la clase de Lenguaje, estábamos haciendo unos ejercicios de sintaxis cuando un chico, el gracioso de turno, hizo una bromita y todos comenzaron a reír. Yo sonreí con indulgencia y me alegré, de que con los años, se madurara lo bastante como para no reírles las gracias a los payasos, aunque, a decir verdad, las bromas se hacen más sofisticadas y los payasos se visten de traje, pero se las seguimos riendo.
La siguiente clase fue la de gimnasia, evidentemente Fabiola y yo nos quedamos castigadas por no llevar la ropa de deporte, Fabiola al principio estaba bastante preocupada por el castigo y la correspondiente repercusión, más bien por la repercusión porque su madre siempre era muy severa, pero cuando vio que yo no le di importancia dejó de preocuparse. Comenzamos a contarnos cosas, que supongo que cuando tenía ciertamente esa edad las encontraría de una importancia extrema, pero que ahora solo me hacían reírme. Tales eran nuestras preocupaciones a esa edad, que el hecho de que mis padres no hubieran tenido la idea de darme caramelos para repartir en mi cumpleaños era lo peor que me había podido pasar ese día.  Estuvimos así un rato, hablando y hablando del colegio. Fabiola hablaba en su lenguaje y con sus preocupaciones infantiles, yo le intentaba hacer comprender que esas preocupaciones no eran importantes y que sus temores estaban infundados. En esa hora nos lo pasamos genial y en ese momento recordé que fue justamente este día cuando Sonia desapareció.
Sonia era una chica tímida y retraída que se sentaba casi al fondo de la clase. Era extraño, pues hacía muchos años que no me acordaba de esta chica y de lo que le sucedió.
Ocurrió el día de mi décimo cumpleaños, o sea hoy. Sonia estuvo todo el día en clase, en ningún momento se ausentó. Todos la vimos recoger sus libros y salir del colegio, pero su madre, que aguardaba en la calle para recogerla, nunca la vio salir.
No apareció. Su foto estuvo colgada por toda la zona durante meses, la búsqueda se extendió por todo el país, trajeron expertos que rastrearan la zona en busca de su cadáver, pero nada. Jamás se volvió a encontrar a Sonia.
Caí en la cuenta, de que tal vez, y solo tal vez, verdaderamente estaba allí y tenía una misión: Impedir que Sonia desapareciese.
Deje de prestarle atención a Fabiola y observé la pista de baloncesto en busca de mi protegida, si, digo protegida porque no iba a perderla de vista. Yo no era una niña de diez años, era una adulta de treinta y sabía lo que iba a ocurrir, así que no tenía más que pegarme a ella e impedir que un loco se la llevara.
Después de la hora de gimnasia, durante el recreo, decidí acercarme a Sonia y pedirle que jugara con nosotras. Estábamos jugando a la rayuela y mientras Marta hacía su turno corrí hasta el extremo opuesto, junto la arboleda y convencí a Sonia de que nos acompañara. A las demás no pareció hacerles mucha gracia que la hubiera metido en nuestro pequeño círculo social, pero ninguna dijo nada, solo me lanzaron miradas que dejaban muy claro que no estaba de acuerdo con mis actos. Las ignoré. Yo sabía que no era nada personal con Sonia, solo que a esa edad, los niños, simplemente, son crueles.
Sonia era como la recordaba, pequeña, tímida y regordeta. Apenas dijo una palabra durante nuestros juegos y solo participo por mi insistencia. Poco a poco la ligera hostilidad que desprendían las demás desapareció y Sonia se sintió algo más cómoda. Aun así no habló mucho con ninguna de ellas.
Cuando volvimos a clase, sabía que ya no tendría ocasión de estar junto a ella, pues nuestros pupitres estaban en extremos opuestos, aun así decidí no quitarle ojo en lo que quedaba de día.
Fabiola reclamaba constantemente mi atención, evidentemente celosa por mi nueva predilección por Sonia, no paraba de lanzarme pedacitos de papel, levantarse para ir a la papelera a sacar punta (eso me hizo verdadera gracia) pasando antes junto a mi asiento instigándome a que la siguiera. Era imposible ignorarla. Yo no quería perder detalle, quería ver si alguien pasaba por la ventana o por la puerta del aula mirando hacia el interior, quería comprobar que, quien fuera que se la llevó, no había estado observándola desde mucho antes de que ella saliera de clase.
El tiempo paso muy lentamente durante la horrorosa clase de matemáticas, odiaba esa asignatura cuando estudiaba y sigo odiándola ahora, es algo que jamás podrá cambiar. La profesora, tras nombrarme, me pasó una pequeña tiza, indicándome que debía resolver el problema de la pizarra. Puesto que estoy en quinto curso y yo soy una persona adulta debería saber resolver el ejercicio pero, como dije antes, las matemáticas no son lo mío. Antes de que quedara en ridículo conmigo misma al no ser capaz de resolver un ejercicio de tan bajo nivel, el timbre, me salvó.
Sonia comenzó a recoger sus libros y cuadernos mientras yo hacía otro tanto, intenté llamarla para pedirle que me esperara pero Fabiola, que llegó en ese preciso momento junto con Marta y Gema, se puso delante y entre las tres me taparon la visión. La llamé a gritos, en un intento de que me escuchara y se detuviera, el ruido de los alumnos al salir de clase amortiguaron mis palabras y Sonia salió. ¿Cómo era posible que veinte niños formaran tal estruendo?
Salí a la carrera, abandonando mi carpeta junto al pupitre y dejando a mis pobres amigas plantadas en mitad del aula.
De Sonia solo veía su mochila rosa con margaritas entre los demás niños. La seguí como pude, empujando, esquivando, saltando; el corazón me retumbaba en el pecho como el tambor de una orquesta; la mano, que aún aferraba la tiza, me sudaba, comencé a respirar con dificultad a causa del nerviosismo y del miedo. No podía perderla de vista, pero con tantos chicos por allí era muy difícil, y no ayudaba en absoluto que yo fuera de baja estatura.
Cuando ya estábamos casi en la puerta del colegio, Sonia se volvió hacia atrás, como si hubiera escuchado mi llamada, y me miró durante unos segundos. Levanté la mano, rezando mentalmente para que me esperara, suplicando que se detuviera y retrocediera. No salgas. No salgas. No salgas. Mi mente repetía constantemente esas palabras, al igual que un mantra.
En ese momento un hombre, alto y corpulento avanzó hasta Sonia. Yo estaba a menos de dos metros de ella. Conseguí esquivar el último grupo de alumnos que había entre nosotras y por fin la alcance.
No dije una sola palabra, solo tire de ella hacía mí e hice la única cosa que puede hacer una niña de diez años cuando se encuentra en semejante peligro: gritar, gritar, gritar pidiendo ayuda.
Los niños se dispersaron, padres y profesores llegaron corriendo hasta donde estábamos nosotras. El desconocido desapareció.
Desperté y estaba en mi cama. Los libros, el nórdico y el mp3 habían regresado, al igual que mis pequeñas, pero ya perceptibles, arruguitas junto a los ojos. No estaba segura de sí había sido un sueño, había sido demasiado real, demasiado vivido, aún sentía a mi corazón martillear dentro del pecho.
Me levanté y encendí el portátil.
Inicie una búsqueda en Google.
Sonia Gil Pérez, desaparecida, diez años.
Sin resultados.
Miré las fotos del viaje de fin de curso. Allí, justo detrás de mí, estaba Sonia, sonriente.
No había desaparecido.
Ahora tendrá treinta años, como yo. Y toda la vida por delante.


FIN.



18 comentarios:

  1. A mí personalmente me encanta este relato. Muy bien llevada la mezcla de tiempo actual y pasado, y la influencia del pasado en el presente. Vaya, eres una escritora genial, deberías escribir más ;)

    Besos

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    1. Muchas gracias Eva. Como te dije, me lo pasé pipa escribiéndolo. No me importa no haber ganado. Para mi ya es bastante premio que a los demás les haya gustado.
      Besitos.

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  2. Linda no me vas a creer xD
    Yo era jurado y vote en primer lugar por el tuyo que me encanto *w* haha que bien saber quien fue la escritora :3

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    1. Gracias preciosa, me encanta que te encante. :)
      Besitos.

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  3. A mi también me gustó mucho tu relato! y si digo que lo voté con 3 puntos me hace hasta gracia que fuese el tuyo!! Besos

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    1. Pues ya habéis salido a la luz los dos jurados que me dieron la máxima puntuación.
      Gracias chicas, me provoca un gran placer que haya gustado tanto el relato.
      Muahh

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  4. He escrito un comentario anterior pero creo que no se ha podido enviar
    bueno te cuento que me ha gustado el relato, es peculiar y por lo tanto interesante, único. lleva mucha imaginación el hecho de viajar en el tiempo en un sueño y pum ! cambiar el destino, esta imaginación debió ser para una historia porque tiene una buena temática aunque abarcaste todo en esta historia corta, hiciste una buena descripcion , me devolvista aquel tiempo de la niñez y cuando aparecio lo d sonia me emocione aun mas :)
    Realmente me ha gustado viajar en el tiempo
    Si has quedado de segunda es porque tal vez te falto algo, asi que dale con ganas, son pequeñas cosas que se mejoran con el tiempo
    espero leer mas relatos escritos por ti :)

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    1. Hola Annie, gracias por tu comentario. Me alegra que te haya gustado tanto y que hubiera hecho viajar a tu niñez. A mi me pasó lo mismo mientras la escribía.
      Esta claro que ninguno de los participantes somos escritores, sólo meros aficionados, así que el hecho de tener que mejorar se da por sentado. Por ahora no tengo más relatos, me cuenta mucho escribirlos porque la historia siempre me da para más y tener que aligerar la trama para llegar al final me resultó muy difícil.
      Muchos besos.

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  5. Bueno, yo ya me lo había leído... Muy bueno!! Enhorabuena por ese segundo puesto!! El nivel de los relatos era alto así que aún tiene más valor.
    Besos,

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    1. Gracias Carmen, le pedí a Eva que me los enviara todos. Tengo muchas ganas de leerlos.
      Besitos.

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  6. Felicitaciones por tu creatividad y forma de escribir!
    Admiro a la gente con capacidad para ello.
    Besos.

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  7. ¡Qué bueno! Me ha encantado ese viaje al pasado a través del sueño... Que no fue tan sueño. Y ese final es muy bueno. Deberías animarte más, que lo haces muy bien. Felicidades por ese segundo premio!
    Besotes!!!

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    1. Muchas gracias Margari. Me hace mucha ilusión que os guste y que consideréis que lo hago bien. La verdad es que nunca había dejado que nadie leyera lo que escribo. Esta es la primera vez y me emociona tanto apoyo.
      Besitos.

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  8. Espectacular. Un relato muy vivo, con unos cambios temporales muy bien hechos y con una gran emoción final. Enhorabuena
    Besos

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  9. Acabo de pasarme por tu blog y este relato me gustó bastante. La lección que nos dejas acerca de lo relativo de la edad, frente a lo que podemos hacer con ella para el bien de los demás (especialmente de aquellos a quienes tal vez ignoramos), es muy hermosa. ¡Felicitaciones, escribes muy bien!

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  10. Acabo de pasarme por tu blog y este relato me ha gustado bastante. La lección que nos dejas acerca de lo relativa que es la edad, frente a la oportunidad que la vida nos brinda para poder ayudar a los demás (incluso a aquellos que tal vez ignoramos), es simplemente maravillosa. ¡Felicitaciones y enhorabuena porque lo hayas escrito!

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    1. Muchas gracias, Daniel. Siempre es un placer leer comentarios como el tuyo.
      Besos.

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